Ánimas jaraneras (crónica)

Ánimas jaraneras (crónica)

En el marco de la materia ‘Innovación y estructura periodísticas», estudiantes de la Licenciatura en Comunicación de la Universidad Anáhuac Mayab realizaron crónicas de diferentes eventos. A continuación, Cristian Ramos narra una noche de vaquería y muertos en los bajos del Palacio Municipal. 

Música tradicional se escuchaba desde la catedral al llegar al centro histórico de Mérida. La melodía provenía del palacio municipal sobre la calle 62. Conforme me acercaba, el zapateo del ballet folclórico de Mérida se escuchaba con más intensidad y la fiesta se vislumbraba entre los espectadores locales y extranjeros.

Ya había comenzado la tradicional vaquería yucateca. La indumentaria del ballet folclórico era tradicional. Los hombres vestían de blanco, pantalón y guayabera inmaculada, acompañados de sandalias (alpargatas), pañoleta roja, un calabazo (cantimplora de calabaza) y el sombrero de paja.

Las mujeres portaban el tradicional terno bordado con flores multicolor, adornos de oro y madera que colgaban del cuello, un chal rojo que se enredaba por los brazos, peinadas de chongo y con diferentes complementos florales. En el costado derecho y hacia el frente, un pequeño ramo de flores multicolor. Ellas no llevaban los zapatos blancos de tacón alto que se acostumbra en ese tipo de vestimenta, sino sandalias bajas para bailar con más movilidad porque ésta no era una vaquería tradicional, sino una distinta, dedicada a las almas de los difuntos ante la cercanía del Día de Muertos, con bailarines de rostro pintado de blanco con detalles en negro, danzantes con el rostro de una calavera.

La música seguía su ritmo y el público se admiraba del espectáculo. En las primeras filas se encontraban las familias locales (en su mayoría personas de la tercera edad), quienes acostumbran visitar el lugar semana con semana y que esto es parte ya de su rutina. De pie se encontraban los turistas y sus caras de asombro y alegría con cámaras y teléfonos celulares capturando cada momento.

Habían pasado ya más de 20 minutos cuando el equipo de audio tuvo una falla y las enormes bocinas callaron, sin embargo, la música seguía desde los bajos del palacio municipal. La banda intensificó el volumen y sólo así algunos se percataron que la música estaba siendo interpretada en el momento y no era una pista de audio.

Compuesta de tres saxofones, tres trompetas, un teclado y un bajo, además de un trombón, los timbales y dos clarinetes, la banda sonora continuó tocando hasta que el problema de audio fue corregido.

Sonaba “De la J a la Jarana” y las mujeres mostraban sus mejores pasos, mientras los hombres saltaban con un movimiento semejante al de un venado. En medio de la danza, dos máquinas de humo disparaban para cubrir la escena con dramatismo y simulando el humo de incienso, el cual se utiliza en los altares de muertos.

Las piezas musicales seguían su curso. “China chinita”, “El pichito” y “Las canastas de Halachó” fueron algunas de ellas. En medio de cada una, el cuerpo de baile regresaba a los bajos del palacio para preparar la siguiente, mientras el maestro de ceremonias compartía al público su conocimiento respecto a esta fiesta yucateca. Josué Fuentes, uno de los bailarines, mostró a su compañero la parte baja de sus sandalias: las capas que componían la suela se habían separado por tanto uso. Fue ahí cuando noté el rostro de cada uno de ellos: la pintura blanca y negra seguía ahí, a pesar del sudor que corría por sus frentes. Así, incluso con el cansancio, seguían con la misma gracia y precisión en cada uno de los números musicales.

Ya se acercaba el final de la fiesta. El staff prendía las veladoras en una charola, pero no podía faltar la “Danza de las cintas”. Un joven sostuvo la columna en medio del escenario y de ella colgaban cintas de colores. Cada uno de los bailarines tomaba una cinta y al ritmo de la música se movían y tejían junto a su pareja diferentes redes. La sincronía debía ser perfecta para que el espectáculo fluyera, las cintas se movían cual carrusel y el baile finalizó como uno de los más aplaudidos de la noche.

Para el cierre del evento sonó “Mi lindo Motul”, momento en el que los bailarines mostraron su destreza y equilibrio al danzar con una botella de cerveza sobre la cabeza. Pero el reto aún no era suficiente, por lo que las charolas con veladoras y una cerveza en medio hicieron su aparición. Parecía un truco de magia pues los protagonistas de la noche daban vueltas y vueltas y las charolas no se caían, hecho que nuevamente mereció el aplauso y admiración del público.

Como acto final de la fiesta, escuchamos “El torito”, canción durante la cual un hombre sostenía su pañoleta como si fuera una capa de torero y una mujer, al ritmo de la música, representó al toro que embestía. Todo terminó como empezó: como una fiesta.

Fuente de la imagen: Diario de Yucatán 

 

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