La muerte de algo bueno

La muerte de algo bueno

¿Cómo mi vida llegó a esto? Me pregunto mientras le sigo acariciando el poco cabello que le queda a mi esposo. Su vida se escapa frente a mis ojos y no puedo hacer nada más que esperar.

No sabía que la muerte podía verse así, labios morados, los ojos perdidos y una cara completamente pálida. Muerto en vida, diría mi mamá.

Todavía no me hago la idea de que voy a ser viuda a los 36 años. Seis años de matrimonio y me espera una vida de completa soledad. Jamás voy a encontrar a un hombre como él y tampoco quiero a otro hombre que no sea él.

Con las pocas fuerzas que tengo dentro de mí, me acerco a su oreja y le digo las últimas palabras que escuchará. 

– No te preocupes, nosotras estaremos bien. Te puedes ir tranquilo.

Unos segundos después escuché cómo la vida salía de su cuerpo; unas lágrimas silenciosas se escaparon de mis ojos. No se abrió el cielo, no vi ninguna luz, no vi su alma salir de su cuerpo. 

Solamente había silencio. Un silencio abrumador. Pero, en ese momento lo único que quería hacer era gritar. Gritarle a Dios. Gritarle a la vida. Sin embargo, nada salió de mí. Así que dejé que el silencio me abrazara y consolara mis, ahora incontrolables, sollozos.   

Me quedé inmóvil unos minutos mientras pensaba que tenía que hacer ahora. Tenía que decirle a su familia, pero ya lidiaré con eso después.

Ahora, me tengo que armar de valor para levantarme de esta cama, salir del cuarto, caminar hasta la sala, arrodillarme frente a mis dos hijas y explicarles que su papá está muerto, que nunca más volverían a tener una figura paterna.

Nadie me enseñó a hacer esto. Yo no quería esto.

Columna desarrollada por estudiantes de la Escuela de Comunicación y Empresas de Entretenimiento de la Universidad Anáhuac Mayab en el marco de la asignatura «Narrativa Literaria».

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