Película Yvy Mara~ey (Crítica)

Película Yvy Mara~ey (Crítica)

Un excelente scouting aprovechado al máximo para explotar la fotografía resultante de la naturalidad de espacios mágicos en los pantanos y bosques bolivianos, que albergan a indígenas aislados de la modernidad, es la principal fortaleza de Yvy Mara~ey, retrato de un hombre blanco (karai) descubriendo las diferentes dimensiones de la actualidad del pueblo guaraní. Sería un escudo aún más brillante de portar de no ser porque Yvy Mara~ey, lamentablemente, no es un documental sino una ficción con un tratamiento tan alejado de entender lo que es el cine como la cultura que pretende encontrar su protagonista.

El hoyo más grande y en el que con mayor facilidad caen las películas que tratan acerca de la realización de otra es el abuso de proyecciones personales del autor, olvidándose completamente del público y robándose el tiempo para exponer sus conflictos; Juan Carlos Valdivia cava su tumba desde la primera toma.

Un experimento cuya dimensión sonora pudiera ser un intento de conservar el idioma guaraní se convierte en un curso de autoaprendizaje, monótono y repetitivo de monólogos internos de un Alfredo Sánchez cuya gris interpretación se obstaculiza todavía más a lado del trabajo decente de Diego Picaneray. ¿Por qué repetir del castellano al guaraní cada frase cuando bien pudiera haber hecho uso de subtítulos, brindándole incluso más respeto a la lengua indígena?

El problema con esta película es principalmente de verosimilitud. El extraño manejo de tres tonos en la dirección hace extremadamente difícil una inmersión a la narración por parte del espectador, en especial con transiciones tan bruscas que van de un momento a otro de soliloquios depresivos a carcajadas por las bromas -bastante forzadas- entre el karai y los guaraní que por diferencias culturales no permiten un respiro antes de pretender enamorar con el misticismo de las regiones aisladas.

En conclusión, el resultado final se reduce a una de dos posibilidades: una realización mal lograda de un tratamiento defectuoso en primera instancia o una obra de la que Juan Carlos Valdivia podrá estar muy orgulloso pese a las inclemencias, no de su comprensión sino de su imposible apreciación.

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